Un éxito de taquilla, un sueño compartido y una revancha reavivan en Brasil las esperanzas de llegar a los Oscar

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Fernanda Torres aún recuerda el día en que su madre, Fernanda Montenegro, la gran dama del cine brasileño, se quedó a las puertas del premio más codiciado del cine: un Oscar. “Tenía un gran simbolismo para Brasil”, dijo en una entrevista Torres, ella misma una actriz aclamada. “Es decir, Brasil produjo algo como ella, ¿sabés?”, añadió. “Fue muy hermoso”.

Hace un cuarto de siglo, Fernanda Montenegro, que ahora tiene 95 años, hizo historia al convertirse en la primera actriz brasileña nominada a un Oscar. Perdió ante Gwyneth Paltrow, y Brasil nunca superó lo que consideró un desaire. Ahora, Torres, de 59 años, está generando rumores en Hollywood que podrían ponerla en la fila para ganar la esquiva estatuilla dorada por un papel que ha desatado una fiebre cinematográfica -y un ajuste de cuentas nacional- en el país más grande de América Latina.

Millones de espectadores abarrotan los cines para ver Aún estoy aquí, un tranquilo drama protagonizado por Torres sobre una familia destrozada por una junta militar que gobernó Brasil, mediante miedo y fuerza, durante más de dos décadas.

Si bien Aún estoy aquí perdió ante Emilia Pérez como Mejor película en lengua extranjera en los Globos de Oro, Torres se llevó el galardón en la categoría de actriz principal, en una terna que competía contra Angelina Jolie, Tilda Swinton, Pamela Anderson, Nicole Kidman y Kate Winslet. Y aunque la Academia de Artes y Ciencias Cinematográficas que supervisa los Oscar no revelará sus nominaciones hasta enero, Aún estoy aquí es la contendiente oficial de Brasil en la categoría de película internacional.

En su país, la película tocó una fibra sensible en una nación que sufrió la brutal dictadura de 1964 a 1985. Ambientada en Río de Janeiro en la década de 1970, Aún estoy aquí cuenta la historia de Eunice Paiva y sus cinco hijos, cuyas vidas se ven trastornadas cuando el patriarca de la familia, Rubens Paiva, exdiputado interpretado por Selton Mello, desaparece a manos del gobierno militar.

Al contar la historia de esta familia, la película aborda un “pedazo de la historia brasileña” que se está olvidando, dijo Walter Salles, director de la película y uno de los cineastas más prolíficos del país. “La historia personal de la familia Paiva es la historia colectiva de un país”.

La película se convirtió rápidamente en un tesoro nacional, batiendo récords de taquilla y eclipsando a películas que habitualmente tienen éxito entre el público, como Wicked y Gladiador II. Desde su estreno a principios de noviembre, más de 2,5 millones de brasileños la vieron en los cines, y recaudó más de seis veces la cantidad obtenida por la película brasileña más vista del año pasado.

En un giro inquietante, la película se estaba exhibiendo ampliamente en Brasil justo cuando la policía revelaba nuevos detalles sobre un complot para dar un golpe de Estado y mantener en el poder al presidente de extrema derecha, Jair Bolsonaro, defensor de la dictadura militar, tras perder las elecciones de 2022. Con este telón de fondo, los temas de la película adquirieron un nuevo y urgente significado, dijo Marcelo Rubens Paiva, cuyo libro sobre su familia inspiró la película. “El momento era, desafortunadamente, perfecto”, aseguró, “porque mostraba que esta historia no pertenece solo a nuestro pasado”.

Los grupos de derechos humanos calculan que cientos de personas fueron desaparecidas y unas 20.000 fueron torturadas durante la dictadura. Pero, a diferencia de Chile o la Argentina, donde se juzgaron y castigaron muchos crímenes cometidos bajo las dictaduras militares, Brasil no buscó la rendición de cuentas por las atrocidades de sus militares.

En los últimos años, lo que muchos habían considerado un pasado lejano comenzó a introducirse en el presente. Bolsonaro, capitán retirado del ejército, habló con frecuencia en términos nostálgicos sobre la dictadura, concedió miles de puestos de trabajo en el gobierno a soldados y desmanteló un panel que investigaba los crímenes cometidos durante el gobierno militar.

La casa de Río de Janeiro donde se rodó Aún estoy aquí

Las películas y otras formas de obras culturales fueron blanco frecuente de la censura durante la dictadura, que las consideraba enemigos políticos. Ahora, películas como Aún estoy aquí pueden servir como “instrumentos contra el olvido”, dijo Salles. “El cine reconstruye la memoria”. Y, sin duda, la película ha encendido la memoria colectiva de Brasil. En las aulas y en las páginas de los diarios se desarrollan acalorados debates sobre el legado de la dictadura. En las redes sociales, las historias de sufrimiento a manos del gobierno militar se hicieron virales, atrayendo millones de visitas.

Recientemente, en un día lluvioso a mitad de semana mientras los espectadores abarrotaban una sala de cine de Río de Janeiro, quedó claro que Aún estoy aquí había hechizado a todo el mundo. Grupos de adolescentes, padres e hijos y parejas mayores se aferraban a sus boletos para verla. Algunos se tomaban selfies delante del cartel de la película. Otros respiraban hondo antes de entrar en la oscuridad del cine.

Dentro, el público dio gritos ahogados ante los sonidos de la tortura de presos políticos; lloró cuando Eunice, interpretada por Torres, sonrió desafiante para una foto del periódico, inquebrantable ante la tragedia, e intentó no sollozar cuando Montenegro hizo una aparición silenciosa en las escenas finales, como una Eunice mayor cuyos recuerdos se desvanecían.

La película se hizo eco de un pasado familiar para muchos. “Muestra todo lo que vivimos”, dijo Eneida Glória Mendes, de 73 años, quien creció en una familia de militares durante la dictadura. Mendes, que vio la película dos veces, recuerda que rompía las cartas que recibía de amigos que criticaban al régimen para que su padre no las viera. Cualquiera que enviara o recibiera esa correspondencia podía ser detenido. “No éramos libres”, dijo. “Incluso una crítica tonta podía llevar a la detención”.

A los brasileños más jóvenes, la película les ofreció una visión de una realidad de la que solo habían oído hablar en la escuela. “En mi generación, hay sed de saber más”, dijo Sara Chaves, de 25 años, aspirante a actriz.

Torres en una escena de Aún estoy aquí, la película retrata a una familia que vive bajo la dictadura militar de Brasil

¿Camino al Oscar…?

Aún estoy aquí también ha cautivado al público y a la crítica en el extranjero. Cuando se estrenó en Venecia el año pasado, ganó un premio al Mejor guion y provocó un estruendoso aplauso que duró diez minutos. Por eso, cuando en noviembre la Academia compartió en redes sociales una imagen de Torres en una gala de la industria de Hollywood, los brasileños enloquecieron. “¡Denle el premio de una vez!”, decía uno de los más de 820.000 comentarios en Instagram.

Si es nominada en la categoría de Mejor actriz, Torres seguiría un camino notablemente similar al de su madre, quien fue nominada en 1999 por su papel de escritora de cartas para analfabetos en Estación central de Brasil, un clásico brasileño también dirigido por Salles. “En el país existía la sensación de que había sido profundamente agraviada”, dijo Isabela Boscov, crítica de cine brasileña que lleva tres décadas reseñando películas.

Se espera que Aún estoy aquí reciba una nominación en la categoría de película internacional, según los conocedores de Hollywood, pero las posibilidades de Torres son más inciertas. Sony Pictures Classics, el estudio que distribuye el film en todo el mundo y que lanzó la exitosa candidatura de Montenegro a Mejor actriz, está haciendo un gran esfuerzo por Torres. Sin embargo, es posible que este año se enfrente a probabilidades difíciles en un campo repleto que incluye nombres como Angelina Jolie y Nicole Kidman.

Para Torres, una nominación al Oscar “sería una gran victoria” en sí misma, pero no se hace ilusiones. “Sería una historia increíble si lo consiguiera, siguiendo a mi madre”, dijo. “Ahora bien, ganar… lo considero imposible”. Desde la primera ceremonia de los Oscar, en 1929, solo dos actrices ganaron premios por papeles protagonistas en películas en lengua extranjera.

En una reciente tarde de domingo en casa de Torres, se sentó frente a su madre y compartieron recuerdos sobre el arte y la familia y otras películas que las dos hicieron juntas. “Esto también es un legado de vida, de profesión”, dijo Montenegro, señalando a su hija y luego a sí misma.

Tras una carrera de más de siete décadas, Montenegro sigue actuando en películas y sobre el escenario. Pero sus movimientos son más lentos, su vista se está debilitando y descansa más. Compartir un personaje con su hija, en una película que inspiró asombro y un examen de conciencia en todo Brasil, también conlleva un simbolismo personal. “Es un momento muy especial”, dijo Montenegro.

Tras una última revisión del labial ante el espejo, las dos actrices voltearon hacia la cámara para una fotografía para este artículo. Acercaron sus rostros, sus mejillas casi se tocaban. Como Eunice Paiva, en la película que ambas protagonizan, prefieren sonreír. “Mi madre sigue viva; todo va bien con ella”, explicó Torres. “Soy feliz”. “Por casualidad, aún sigo aquí”, replicó Montenegro. Torres intervino: “Aún seguimos aquí”.

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