Antonio Scurati: “Mussolini es el primer arquetipo de todos los líderes populistas posteriores”

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Su trilogía M, sobre Benito Mussolini, se vendió en millones de ejemplares en el mundo entero. Pero el italiano Antonio Scurati es mucho más que un célebre autor. Encarnizado defensor de la democracia y de la libertad de expresión, ejemplo perfecto del escritor comprometido, su reflexión sobre los peligros de los actuales populismos, herederos directos, “pero diferentes”, del fascismo del 1900, constituye un ejemplo de lucidez.

Nacido en 1969 en Nápoles, Scurati es profesor en la Universidad Libre de Lenguas y de Comunicación (IULM) de Milán. Cronista en el periódico Corriere della Sera, sus aceradas críticas políticas le valieron en abril ser censurado en la RAI por el gobierno de Giorgia Meloni. Sus obras, traducidas en numerosos idiomas, baten récords de ventas. En 2019 ganó el célebre premio Strega por su historia novelada M. Il figlio del secolo (M., el hijo del siglo). Y en 2022, fue su libro M. L’uomo della provvidenza (M. El hombre de la providencia) que recibió el premio al libro europeo.

En 2023, Scurati publicó una pequeña obra, Fascismo y populismo. Mussolini hoy, donde analiza lo que podría llamarse “la génesis” del populismo actual inventado, tal vez sin proponérselo, por Benito Mussolini. Para el escritor italiano, Mussolini es el arquetipo de todos los líderes populistas que vinieron después. En la actualidad, lo que prima son los aspectos populistas de aquel liderazgo, ya sin la violencia física que –hace un siglo– era la esencia consustancial del fascismo original.

Para Scurati, los nuevos populismos soberanistas basan su poder en una “política del miedo” –opuesta a una política de la esperanza–, y con ella buscan la identificación con su base electoral. También alimentan la idea de que la vida moderna no es tan compleja como suponen las élites políticas, burocráticas, científicas o literarias.

El fascismo histórico no puede separarse de la violencia física. La violencia física es, en cierta medida, la esencia misma del fascismo

–En Fascismo y populismo escribe que los movimientos, los partidos y sobre todo los líderes políticos que hoy desafían la democracia no descienden del Mussolini fascista sino del Mussolini populista. ¿Cuáles son las diferencias entre aquellas dos caras?

–Mussolini no solo fue el fundador del fascismo, sino también el primer arquetipo de todos los líderes populistas posteriores. La diferencia entre los dos aspectos del mismo fenómeno radica principalmente en la violencia. El fascismo propiamente dicho no puede separarse de la violencia física. Tanto la violencia homicida como la violencia extrajudicial. La violencia física es, en cierta medida, la esencia misma del fascismo. El fascismo no es originalmente una doctrina política, no tiene articulación teórica; de hecho la desprecia, es una praxis. Antepone la acción a cualquier teoría, a cualquier reflexión, a cualquier programa político. La acción es violencia; la esencia del fascismo es el “escuadrismo” (NDA: designa las acciones violentas llevadas a cabo por grupos de fascistas armados). Es la identificación plena entre militante de partido y miembro de una milicia armada, paramilitar, que luego, desgraciadamente, hizo escuela en Europa y en todo el mundo. No encontramos esta característica del fascismo en los movimientos populistas soberanistas actuales.

–Usted desconfía de la palabra fascista para hablar de los populistas actuales…

–Pero no porque sea políticamente incorrecto, sino porque nos hace pensar en un retorno del fascismo en su forma histórica. Estamos mirando en la dirección equivocada. La democracia liberal ya está amenazada sin que haya un retorno de aquel fascismo. Esa es la diferencia. Pero hay al mismo tiempo similitudes. Hay una herencia de populismo mussoliniano en un populismo algo distinto.

Mussolini fue el primero que intuyó la enorme opresión que provoca en la gente común la inmensa complejidad de la vida moderna. Por eso, la propaganda populista insiste en que la realidad no es tan compleja como la presentan los viejos liberales o los socialistas

–¿Cuáles son las características de esta segunda cara mussoliniana, que, según usted, podemos encontrar en todos los movimientos populistas actuales?

–Identifico cinco características principales que se encuentran en todos los populistas, incluso en figuras, en áreas y en movimientos que son históricamente alejados, extraños al fascismo. Pensemos en Trump. Este hombre desciende de una cultura política diferente… En realidad, no desciende de ninguna cultura política. Y sin embargo manifiesta en forma sorprendente y consciente una similitud con ciertos aspectos del mussolinismo. La primera característica de esas reglas reside en afirmar “yo soy el pueblo” y “el pueblo soy yo”. Obviamente infundado, porque ningún líder puede tener el consentimiento de todo el pueblo. Pero esto es totalmente ignorado por la gente que sigue al líder. Esa presunta identificación del pueblo con el líder llega a una especie de encarnación de la voluntad del pueblo en la persona física, en el cuerpo del líder. Por eso el líder populista pone el cuerpo en el centro. Mussolini fue el primer líder que puso al cuerpo en el centro de la escena política, con sus gestos excesivos y su fisicidad en general. Esta suposición de que el pueblo sería el líder tiene graves consecuencias para la democracia porque, en primer lugar, el que disiente, es decir, el portador de un saber o de una posición que no coincide con la del líder –por ejemplo, un saber científico, tecnológico, burocrático o literario– es calificado por el populismo como extraño al pueblo, como disidente, como perteneciente a “la casta”. Es tratado siempre como el outsider del pueblo y por lo tanto debe ser silenciado, acallado, eliminado físicamente en el caso del fascismo histórico, o despreciado, culpabilizado, censurado, sin que esto plantee ningún problema moral. La segunda característica es el ataque retórico a las instituciones y, en particular, al Parlamento, presentado como una institución vieja, inepta, corrupta y decrépita. ¿Por qué? Porque si el líder populista es el pueblo y el pueblo es él, el Parlamento, que es el equivalente institucional de la pluralidad de una sociedad, negada esa pluralidad, queda totalmente desacreditado. Esta es una constante en todos los movimientos populistas, de ayer y de hoy, de derecha o de izquierda.

Benito Mussolini, rodeado de Camisas Negras

–¿Y las otras características?

–Muy brevemente, las otras son que el líder populista opera una brutal simplificación de la vida moderna. Mussolini fue el primero que intuyó la enorme opresión que provoca en la gente común la inmensa complejidad de la vida moderna. Por eso, la propaganda populista insiste en que la realidad no es tan compleja como la presentan los viejos liberales que defienden la representación parlamentaria, o los socialistas con su doctrina marxista. No. Todo se reduce a un solo problema: un enemigo. No es un enemigo con el que se discute, se disiente o se debate. Es un enemigo que hay que abatir. En Europa son los inmigrantes, o los burócratas de Bruselas. En Estados Unidos, los latinoamericanos. Siempre hay un “extranjero”.

–Usted también habla del reemplazo de una política de la esperanza por una del miedo…

–Exacto. Este movimiento trae consigo otro, que a una política de la esperanza, de la cual venía Mussolini en su pasado socialista, se la sustituye por una política del miedo. Mientras que los partidos progresistas fueron partidos que intentaban suscitar esperanza en sus electorados –tarea mucho más difícil que despertar el miedo–, los partidos populistas y soberanistas trabajan sobre el miedo. Operan una estrategia del miedo, alimentan los que ya son inherentes a los electores actuales, especialmente en este momento en que no hay confianza en el futuro. Después, el siguiente movimiento es transformar el miedo en odio. El miedo es un sentimiento pasivo, introvertido, mientras que el odio es una pasión activa, extrovertida, euforizante, como el amor. Después de sembrar el miedo, el líder populista dice: “No te limites a tener miedo, odia”. Ahí tus problemas se reducen a solo uno: un enemigo, un invasor. Digamos que estos son los riesgos fundamentales del populismo soberanista.

El liderazgo populista no busca elevar al pueblo hacia metas, quizás ideales y lejanas, de orden estratégico y que escapan a la vista del pueblo, sino de acuerdo con los estados de ánimo de ese pueblo

–Dice que sería un error tomar por ridículos los aspectos físicos que adoptan, por ejemplo, Vladimir Putin o incluso Javier Milei con su motosierra, porque son imprescindibles para que el populista establezca una relación de identificación con las masas. ¿Cree que Mussolini era consciente de esto?

–Mussolini no tenía la capacidad teórica para saberlo. Nunca dejó escritos sobre la cuestión. Pero, como decía de sí mismo, tenía una intuición política formidable. Incluso en el período de la decadencia, del derrumbe, del desastre, siempre se quejó de no haber confiado lo suficiente en sus propios instintos. Y, por otro lado, en los años del ascenso, de la conquista del poder, solía decir de sí mismo: “Soy como los animales, como las bestias, siento que se acerca la hora, la huelo”. Tenía esa formidable intuición política que es una forma de inteligencia, a menudo cínica, que lo llevó a comprender antes que todos los demás en qué se convertiría la política en la era de las masas, que estaba entonces en su comienzo y hoy está en su fase madura.

–¿Qué otra característica del populismo entendió intuitivamente?

–La otra característica del populismo que entendió fue que las masas en el futuro serían gobernadas por un líder capaz de dirigirlas, no precediéndolas sino siguiéndolas, quedándose un paso detrás de ellas. Es un liderazgo paradójico, liderar siguiendo. Esto significa que el liderazgo populista no busca elevar al pueblo hacia metas, quizás ideales y lejanas, de orden estratégico y que escapan a la vista del pueblo, sino de acuerdo con los estados de ánimo de ese pueblo. Se queda un paso atrás para comprender sus estados de ánimo, sus humores, que son más bien malhumores, su descontento, su sentido de derrota, de traición, su resentimiento, su melancolía de la historia, sus miedos. Pero volviendo a la importancia del aspecto físico. Ridiculizar el aspecto a veces lamentable de esos líderes es un error. En Mussolini, también se vio un ideal de virilidad, con ese cuerpo vigoroso… Pero ese no es necesariamente el caso de otros líderes populistas. Yo no incluiría a Putin, por ejemplo, porque viene de una tradición política y cultural que nunca conoció la democracia. Pero tomemos un personaje como Javier Milei o Donald Trump, que son líderes democráticos. Los que creen en la democracia liberal cometen el error de subestimar a los Milei, con ese corte de pelo esperpéntico y su ridícula motosierra. O a Trump, con ese peinado absurdo, vulgar tanto en su forma de moverse como en sus ideas y en sus prácticas. Pensamos que son defectos, pero forman parte de una estrategia de fusión con su base electoral. Porque su misma tosquedad, su vulgaridad, incluso su fealdad, potencia esa proximidad. No exigen a sus seguidores que mejoren, que aspiren a lo bueno, que se eleven. Solo hay una especie de indulgencia plenaria para cualquier defecto o vicio de su pueblo.

—¿Podría decirse que hoy hay un neofascismo diferente, un nuevo populismo “elitista” al estilo Berlusconi o Trump, el hombre de éxito, representante de la casta, e incluso uno “blando” como el de Meloni, o es lo mismo?

—Insisto en que no es útil utilizar la palabra fascismo porque no permite una comprensión del peligro que corre la democracia. Hay que entender que la democracia ya está en peligro. Georgia Meloni y su gente, así como Javier Milei o Donald Trump ya gobiernan Italia, Estados Unidos y la Argentina. Y gobiernan habiendo sido elegidos democráticamente. Pero esta vez es en la forma actual de un populismo soberanista que no es la del fascismo histórico. Debemos dejar de esperar un futuro en el que volverá la dictadura, los militares, los asesinos políticos, los Estados que encarcelan miles de disidentes. Todo eso probablemente no volverá. Pero la democracia está en peligro y ese peligro lo representan los que han sido elegidos democráticamente.

La democracia no es un don de la naturaleza. Es una conquista reciente, parcial. La democracia es siempre una lucha por la democracia

–¿Cómo explicar, en todo caso, la fascinación que ejercen estos personajes sobre el mundo liberal? La semana pasada, The Economist, que lo entrevistó, afirma que el presidente argentino viene de un horizonte diferente al de Trump o al del húngaro Viktor Orban. ¿Cómo interpreta esa percepción?

–No conozco la entrevista, pero no me sorprende tanto porque es exactamente lo que sucedió hace cien años con el fascismo histórico. Esta es otra analogía entre nosotros y el fascismo histórico. La subestimación del peligro fascista de parte de las clases dirigentes liberales hace cien años es uno de los aspectos más desconcertantes de aquella época. Esa subestimación es una constante histórica. Lo hemos visto de manera clamorosa en Italia después de la victoria de Georgia Meloni en las últimas elecciones. De inmediato se desencadenó un proceso de normalización por parte de los que deberían ser los representantes, los depositarios de los principios y tradiciones liberales, los moderados. También existe este poderoso rechazo, esa repulsión de la élite que es una de las características fundamentales del populismo de ayer, y que es un fenómeno de trascendencia histórica. Los populistas lo saben y lo usan. El líder fomenta ese proceso de rechazo de la élite, de la casta. Sabe que la gente se siente justamente traicionada. Debo decir que el caso de Milei, que no conozco tan íntimamente, es muy interesante. Porque para mí es un representante de una élite del conocimiento, un economista. Sin embargo, en la forma en que se comporta, en sus gestos, en su lenguaje, borra deliberadamente esa eventual connotación científica.

–Usted sostiene que la única solución para combatir este populismo es la defensa de la democracia. Pero ¿cómo desmontar esa retórica?

–Obviamente no tengo una receta. Mi trabajo como escritor es el de tratar de renovar la narrativa de la democracia y del antifascismo, sobre todo en lo que concierne a Europa. Debemos encontrar una renovación para defender el legado del antifascismo democrático. No podemos permanecer en posiciones conservadoras, en el plano de la narración. Creo que debemos hacer el enorme esfuerzo de redescubrir políticas de esperanza. Toda política progresista gira en torno al principio de la esperanza, debe lograr convencer a la gente de que la vida de sus hijos aún puede ser mejor que la vida de sus padres. Ahora bien, ¿cómo hacerlo? No es fácil, es muy difícil.

–¿Es optimista o más bien pesimista?

–Como decía un gran intelectual antifascista italiano, “el pesimismo de la razón es el optimismo de la voluntad”. Debemos comprender que la democracia no es un don de la naturaleza. Es una conquista histórica reciente, parcial, que pocos países han experimentado. Esto hay que entenderlo: la democracia es siempre una lucha por la democracia.

UN ESCRITOR COMPROMETIDO

PERFIL: Antonio Scurati

Antonio Scurati nació en Nápoles, Italia, en 1969 y es profesor de literatura comparada y escritura creativa en la Universidad de Milán.

Escritor comprometido, es autor de una exitosa saga sobre Benito Mussolinil que ya lleva cuatro entregas: M. Il figlio del secolo (2018), M. L’uomo della provvidenza (2020), M. Gli ultimi giorni dell’Europa (2022) y M. L’ora del destino (2024). El quinto y último tomo se publicará en mayo de este año.

Con la primera novela de la serie obtuvo el prestigioso Premio Strega. También se convirtió en producción televisiva. El conjunto de libros, un éxito de ventas, fue traducido a cuarenta idiomas.

Otras de sus novelas son Il rumore sordo della battaglia (2002), Il bambino che sognava la fine del mondo (2009) e Il tempo migliore della nostra vita (2015).

También ha dedicado ensayos a diversos temas literarios. En Fascismo y populismo (2023) exploró historicamente las raíces y los alcances de la figura de Mussolini.

Es un activo colaborador en medios gráficos y sus artículos aparecen con frecuencia en Il Corriere della Sera, La Stampa e Internazionale.

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