Cuando Carina Morales estudiaba para ser profesora, no tenía plata “ni para un par de zapatillas” y su casa en Las Heras, Mendoza, era “una piecita con un baño”. Cada día, se tomaba el colectivo que la llevaba hasta el terciario en la ciudad de Mendoza. Cargaba algo más que libros y apuntes: llevaba alfajores, bizcochuelos y pastelitos para vender entre sus compañeros y preceptores. Era la forma que encontró para pagar el boleto, las fotocopias y la comida.
“Cuando uno ya es adulto y encima tiene problemas para mantenerse económicamente, es difícil no ceder y volver a abandonar”, dice Carina, que terminó el secundario a los 26 años y una década más tarde se anotó en el profesorado porque sentía que estaba “a mitad de camino”. Logró “mantenerse enfocada en su meta” y a los 41 años recibió su título. “Fue un día sumamente feliz. Lloré un montón porque aunque académicamente se me hizo llevadera, me costó un montón de esfuerzo y de sacrificio poder sentarme a estudiar”, le cuenta hoy a LA NACION, a sus 48 años.
Tras empezar a ejercer su profesión, Carina pudo hacer una obra para agrandar su casa y exhibir en su repisa un trofeo de madera que hace apenas tres semanas le dieron por haber ganado la edición de 2024 del premio “Docentes que inspiran”, que tiene el apoyo de organizaciones vinculadas a la educación como Fundación Varkey, Enseñá por Argentina, Educar 2050, Argentinos por la Educación, Conciencia, Cimientos y Fundación Noble.
El jurado destacó que “su enfoque innovador en contextos socioeconómicos vulnerables y muchas veces violentos, donde ha implementado estrategias pedagógicas que fomentan la autoestima y potencian las habilidades de sus alumnos a través de la gamificación y la creación de libros interactivos”.
La docente trabaja en tres escuelas secundarias y un centro de educación básica para jóvenes y adultos, un lugar en el que los alumnos que no pudieron completar el secundario pueden recuperar los primeros dos años. La mayoría quedan en el mismo barrio en el que vive, considerado peligroso. “Hay muchísima violencia y consumo problemático, y eso se refleja en la población estudiantil. Entonces, en las escuelas tenemos distintos protocolos en caso de que haya, por ejemplo, un tiroteo”, explica Carina.
Si tuviera que pedir un deseo para sus alumnos, sería “que todos puedan hacer de sus vidas lo que ellos quieran a pesar de las circunstancias en las que viven o nacieron”.
“Tuve que dejar el colegio”
En la escuela primaria, Carina fue “siempre buena alumna, de los mejores promedios”. Le encantaba leer y sus abuelos le compraban la revista Billiken o alguna novela de Julio Verne. Durante su escolaridad, vivió varios años en un asentamiento de emergencia que se armó en una estación de trenes, en Las Heras. Junto con su hermana mayor, su papá –que hacía changas–, y su mamá –vendedora ambulante–, vivían en un vagón abandonado, igual que otras 50 familias.
Todos compartían un baño público que había construido la municipalidad y Carina y su familia se despertaban a las cuatro de la mañana para cargar agua para todo el día. “Si bien estas cosas son difíciles, yo no las reniego. Tampoco me siento avergonzada porque yo no tuve ningún poder sobre eso. Me faltaron miles de cosas, pero no solo a mí, también a un montón de gente”, señala la ahora profesora.
Cuando Carina estaba en el segundo año de la secundaria, aunque intentaba estudiar durante los viajes en colectivo, tuvo que dejar la escuela. Ya se había instalado en la casita en la que vive ahora con su marido, pero su papá se había ido y tenía que hacerse cargo de su hermanita de seis meses mientras su mamá trabajaba como vendedora ambulante. Además, como desde que cumplió ocho años, Carina también salía a vender pastelitos en la calle: “Iba con mi hermanita chiquita, el changuito y el canasto”.
Lo que más le dolió de tener que dejar la escuela fue “saber que sí era capaz de terminarla”. Por eso, a los 22 se anotó en un secundario para adultos. Seguía trabajando como vendedora ambulante y, como no siempre le alcanzaba para el boleto de colectivo, a veces caminaba los siete kilómetros que la separaban del colegio. Cuando completó sus estudios, a los 26, sintió que estaba “en la mitad de algo”. “Me encantó haber subido ese escalón pero sentía que todavía me faltaba mucho”, explica.
“Cuando no tenés una profesión, tenés que trabajar muchísimo para ganar un sustento”, dice Carina. Como vendedora ambulante, no tenía “fines de semana, vacaciones, ni estabilidad”. Pero ella estaba convencida de que era capaz de estudiar una carrera y conseguir un trabajo u oficio que le permitiera mejorar su situación laboral. Como siempre le gustó leer y enseñar, se anotó en el profesorado de letras y literatura y se graduó a los 41 años. Aunque ahora trabaja en cuatro escuelas, tiene cargos suplentes. Por eso, sigue vendiendo en la calle para complementar su ingreso hasta que le salga la titularidad de las horas.
“Me dieron otra oportunidad”
De niña, ser profesora no estaba en los planes de Carina. En cambio, soñaba con ser arquitecta. “Pero sonaba muy ambicioso para mi realidad. Cuando se viven situaciones difíciles uno imagina las cosas que quiere, pero en verdad no las siente verdaderas, porque tu mundo se estrecha mucho y el ‘no vas a poder’ es algo que se internaliza dentro tuyo. Entonces, aunque había deseos, no los sentía muy reales”, confiesa.
Para Carina, el secundario para adultos y el terciario con horarios flexibles que también les permitan a los estudiantes trabajar fueron clave para que pudiera completar sus estudios. Por eso, cuando en diciembre de 2024 recibió el premio “Docentes que inspiran” por su labor como profesora en proyectos que involucran literatura interactiva, se sintió honrada. “Fue mi oportunidad de representar, de cierta manera, la bandera de las segundas oportunidades”, explica.
“Empecé la carrera muchas casillas atrás e igualmente llegué a un lugar en donde puedo visibilizar la importancia de que siga habiendo puertas abiertas para todas las personas que no pudimos transitar el sistema escolar de manera ´normal´, porque es una manera de garantizar oportunidades para todas las personas”, opina Carina.
Hace unas semanas, LA NACION publicó una investigación que expone que los jóvenes que crecen en hogares pobres cargan con una serie de desventajas propias de crecer en una familia vulnerable que operan como barreras que hacen que los chicos de esos contextos tengan seis veces menos probabilidades de terminar el secundario que alguien que se puede dedicar por completo al estudio.
Qué posibilidades tiene un chico pobre de terminar la secundaria
En sus clases, Carina aplica la gamificación para crear trivias sobre el contenido que enseña y actividades que involucran la literatura interactiva, es decir, en las que, frente a una ficción, el alumno puede “elegir su propio camino” y hasta escribir parte de la historia. Además, les enseñó a usar un software para crear imágenes con inteligencia artificial y poder ilustrar sus cuentos. Sube todos los recursos a una página de Facebook para que otros docentes puedan inspirarse también.
“El mundo se hace chiquitito cuando uno es muy pobre y es algo que una persona que no ha pasado pobreza le cuesta muchísimo entender. Entonces, me gusta hacerles vivir a los chicos experiencias diferentes a la vida que llevan todos los días”, dice Carina. Cada año, intenta publicar en “libros de verdad” las producciones de sus alumnos, incluso si implica salir a vender facturas para pagar las impresiones.
“A las personas cuya vida está centrada en sobrevivir, no en vivir, no les queda demasiada energía y espacios para imaginar un futuro diferente. Por eso, la escuela es fundamental para aumentar su autoestima y darles oportunidades para que puedan hacer algo más de lo que creen posible”, señala la docente.
Más información
Si querés leer más historias sobre los desafíos adicionales que deben transitar en la escuela los niños y adolescentes que crecen en barrios vulnerables, podés leer las siguientes investigaciones:
- Nacer con desventajas: ¿qué posibilidades tiene un chico pobre de terminar la secundaria?
- “Ser pobre te saca oportunidades”: son jóvenes, estudiaron y buscan trabajo, pero las empresas no los eligen
- Un colegio del conurbano consiguió que nadie abandone y que casi todos sus egresados vayan a la universidad o consigan trabajo