Murió Carlos Calvaresi: un anticuario y galerista visionario que deja su sello en San Telmo

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Carlos Calvaresi partió temprano, y el mundo del arte, su familia y sus amigos lo despiden con cariño y pena. En poco más de sesenta años, fue un gran hacedor, que unió sus dos pasiones, las antigüedades y el arte contemporáneo, y cambió la forma de entender su vínculo, como dos extremos del tiempo de las bellas artes. Con su mujer Claudia y sus hijos Sofía, Guido y Franco, llevaron adelante una transformación del barrio en el que se asentaron, San Telmo, y de la manera de ejercer los oficios del anticuario y el galerista.

Falleció inesperadamente el viernes a la madrugada por una enfermedad neurológica, recién llegado de una feria en Miami, de donde regresaba cargado de proyectos. Formados en Derecho, ambos se interesaron por el arte y su historia. Forjaron una colección personal y abrieron el primer negocio familiar, Calvaresi Antiquariato en Defensa 1021, a metros de la Plaza Dorrego y la avenida San Juan. Su ojo experto y su trayectoria impecable lo llevaron a ser presidente de la Asociación de Anticuarios. No tardaron en enamorarse de esta nueva ocupación “más interesante, desinteresada y con menos carga de violencia”, según explicó en una entrevista reciente.

Carlos Calvaresi fundó el negocio familiar con su mujer Claudia, dejando de lado el Derecho; sus hijos Guido y Franco se les unieron

Vivía rodeado de muebles de diferentes estilos, esculturas de mármol, bronce, marfil, artículos de iluminación, manuscritos antiguos, pero también de piezas de arte recién nacidas de manos de los artistas de su galería, a los que apoyaba y alentaba, comprometido con su rol. Labiales gigantes de Daniel Basso convivían con candelabros antiguos, pinturas abstractas de Paola Vega con los acrílicos de Rogelio Polesello y la obra brillante de Edgardo Giménez y Omar Schirilo.

Carlos Calvaresi con el artista Edgardo Giménez en una edición de arteba en la que presentó el mueble

Para esto, en 2017 restauró un edificio de cuatro pisos originalmente construido en 1870 que había funcionado como almacén de ramos generales. Las obras se ambientan con muebles y lámparas de estilo, en un espacio rupturista creado por su hija Sofía y Piera Aglietta: trastienda con muebles de diseño retro en el sótano, la colección permanente de obras de arte nacional en planta baja, un espacio de exposición para artistas plásticos abierto al público, donde ahora se ven las esculturas de Deon Rubi, Acero Inolvidable, y un último piso vidriado, al que siempre alentaba a subir: un espectáculo en sí mismo.

“Cuando me dicen que esta es una galería que podría estar en el Meatpacking District de Nueva York, yo contesto: ‘¿Y por qué no podría estar acá? ¡Si hay tanto talento!’”, decía en una entrevista reciente. Era frecuente encontrarlo en las ferias de arte de distintos puntos del país, dispuesto a descubrir nuevos talentos, lo mismo que en los lugares más selectos de Europa en busca de tesoros olvidados. Siempre del brazo de su mujer, y acompañado por el cariño de sus hijos.

Carlos Calvaresi siempre del brazo de Claudia, su compañera en viajes y aventuras, y madre de sus tres hijos

Podía vender piezas al rey de Marruecos o a Catherine Deneuve, pero también disfrutaba el encuentro con los feriantes del barrio en la plaza. Lo despiden con genuino afecto sus artistas, Daniel Basso, Paola Vega, Fabián Bercic, Sebastián Mercado, Daniel Leber y María Guerrieri, entre muchos otros. Además, como buen amante del pasado, rescataba figuras olvidadas, a las que ponía en valor con muestras y libros, como los dedicados a Germaine Derbecq, Luis Centurión y Dignora Pastorello.

“Vamos a continuar con su legado en la galería y el anticuario, siempre apostando por el país, como él nos enseñó”, dicen sus hijos. “Carlos era un tipazo, un iluminado, un distinto, arriesgado, optimista, generoso. Todo lo encaraba con estándares altísimos. Un visionario, en poco tiempo pateó el tablero de los mecanismos del arte contemporáneo”, escribió en redes Eleonora Molina, galerista.

“Éramos muy amigos desde hace más de veinte años con él y toda su familia – cuenta Abel Guaglianone, colega anticuario y amigo coleccionista–. Gran afecto y respeto para sus dos facetas. La personal, un gran amigo, siempre cerca y con optimismo. Con muchos proyectos. Los domingos teníamos el hábito de charlar horas cuando lo visitaba en San Telmo. Como anticuario era muy valioso y tenía una particularidad: era muy generoso con la información que tenía de la gente a la que recurrimos para trabajar, como restauradores de muebles, porcelana, lustrador. Nos deja un gran vacío. Su gran pasión era su trabajo”.

En Arteba 2024, la Galería Calvaresi tuvo un stand de los más destacados con el auto de Daniel Basso

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